lunes, 27 de julio de 2009
Tamara, adiós al milagro
Los médicos tenían razón.
La "bala perdida" calibre .45 que encontraron dentro del cerebro de Tamara Guadalupe Cázarez Félix, de apenas 7 años, provocó un daño profundo. Irreversible. Le dio muerte cerebral y un corazón paralizado.
La presión de su músculo de bombeo fue disminuyendo poco a poco hasta que se detuvo. Se esfumó la esperanza del milagro.
Entonces apagaron el sistema de respiración artificial. Ya no tenía caso. Soportó 18 lunas sin ver ninguna. Sólo una vez movió sus piernas. Desde el sábado por la noche cerró sus ojos para no volverlos a abrir.
Yo vi a Tamara.
Ahí estaba ella: morena clara, nariz respingada, boca fina, alta para su edad.
A través del pequeño rectángulo de cristal incrustado en la caja de madera, sus pestañas parecían grandes. Grandes como la de una señorita que se prepara para la fiesta de graduación. Grandes como las pestañas que se estiran con cuchara.
Yo vi a Tamara.
Ahí estaba ella. Vestía de blanco. El color de la pureza. El de la inocencia. El de la paz. El de ella.
El mismo color que usó el 7 de julio, el día en que su asesino disparó esa maldita bala que cayó sobre su cabeza y que la mantuvo inconsciente hasta su muerte. Esa maldita bala que le quitó la vida, que no la dejó hacer el último baile de graduación en su primaria de la colonia 21 de Marzo.
Yo vi a Tamara.
Ahí estaba ella. Rodeada de coronas florales, velas, café y galletas. Cerca de familia y amigos con los ojos empequeñecidos y rojos. Con ceños que dicen que entienden pero no comprenden; que aceptan pero no asimilan.
A un costado, en un pequeño cuarto, su madre Marisol Cázarez Félix trata de encontrar tranquilidad tras 18 días de desesperación, de correr por medicinas, de hablar con los médicos, de rezar sin cansancio, de luchar contra el sueño, de esperar el milagro que no llega; de esperar el milagro que nunca llegó.
"Tengo fe en un milagro. Lo que yo no voy a perder es la fe. Es lo que más deseo en el mundo", dijo el 14 de julio.
Fueron 18 días de exprimirse el corazón, de soportar el dolor de estómago, de oler a alcohol, a gasas, a medicinas. De impregnarse de ese olor que sólo lo inyecta el hospital. De ese olor que nunca sana, que nos pone nerviosos, que nos trae recuerdos de enfermedad.
Fueron 18 días de leer su tragedia en la prensa, de apoyarse con sus 15 hermanos, de nutrirse de oraciones, de alimentarse de religiones. Y es que la historia de Tamara acarreó el apoyo de ricos y pobres, de hombres de negocios y vagabundos, de católicos y testigos de Jehová.
Estas oraciones, para su tío Rafael Cázarez Félix, fue lo que mantuvo viva a Tamara por tanto tiempo.
"Yo creo que por eso la niña estuvo aguantando. Le pedimos a Dios en todas las religiones: vinieron adventistas, testigos de Jehová, cristianos, católicos, borrachos, vagabundos. Venían de todos lados, agarramos la vibra de todos", mencionó ayer en la sala A-5 de la funeraria.
Fueron 18 días de, en voz alta, leerle a Tamara las cartas de sus compañeros de salón. De contarle experiencias recientes tratando de hacerla recordar: ¡Que despertara de la pausa!
"Compañeritos de la escuela vinieron, le entregaron cartas, nosotros las leíamos primero y luego se las leíamos a ella. Le decían de lo que jugaban en recreo, que la empujó el niño que le gustaba, cosas de ésas", recordó su tío.
También llegaron cartas escritas a puño y letra de madres que perdieron a su hijo por una enfermedad terminal, por algún cáncer.
"Le entrego esto", le decían algunos al tío Rafael y se iban. Le mandaron muestras de apoyo de Mazatlán, de Durango y hasta de Chihuahua.
Y esa solidaridad ha ayudado a la familia Cázarez a mitigar el dolor. Ese dolor tan fuerte que los mantuvo unidos como un cubo de hielo, ese dolor que no dio para buscar culpables, para exigir justicia.
Y a pesar del sufrimiento, la familia no se encuentra encolerizada, lucen resignados a vivir en un Sinaloa así como está, donde la gente dispara porque quiere y dispara porque puede.
Dispara porque se emborracha, dispara porque festeja, dispara porque tiene una arma y no hay quien se la quite, dispara porque las autoridades se desentienden de la responsabilidad del armamentismo con la palabra "coordinación".
Dispara, dispara, dispara, y dispara todo lo que quiere en Navidad y en Año Nuevo y cuando quiere y porque quiere, y dispara y dispara y vuelve a disparar, y si quiere se sienta, se baña, se toma una cerveza y vuelve a disparar y otra vez y otra vez.
Y en este entendimiento, en esta aceptación de los usos y costumbres del sinaloense, de una autoridad sin autoridad, al tío sólo le queda hacer una recomendación.
"Es muy difícil que la gente reflexione. Se toma la gente una cerveza y se le olvidan las cosas. Es imposible que la gente no tire porque siempre tira, lo que me gustaría es que tiren al suelo, que volteen la pistola al suelo, que volteen el rifle al suelo. Que tiren ahí. Va a tronar igual. En el suelo no le harán daño a nadie. Se van a dar el gusto y van a saber que no le van a dar a nadie".
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