martes, 28 de julio de 2009

Las 500 flores de Tamara


Marisol tomó una rosa blanca, la deshojó y la aventó sobre el ataúd de su hija, Tamara Guadalupe Cázarez Félix, de apenas 7 años.
La flor que aventó Marisol fue una de las 500 flores que llovieron sobre el cuerpo de la niña que falleció el sábado pasado a causa de una "bala perdida".
Su partida fue así, entre margaritas, lilis, rosas rosas, blancas, rojas y alcatraces. Todas se encuentran sobre ella. Todas impregnan su lugar.
Los que estuvieron con Marisol durante la misa y, después en el entierro, dicen que no lloró, que no se desahogó. Los que la vimos sin parpadeo en el panteón supimos que se tragó su dolor, que secó sus lágrimas antes de que brotaran.
Cuando la carroza entraba por el panteón de su colonia, la 21 de marzo, los albañiles ya preparaban la mezcla y colocaban las tablas y ladrillos que servirían como tapa del féretro.
Fueron cerca de 15 carros los que se hicieron presentes en el cortejo fúnebre. Cantidad similar al número de tíos de Tamara.
El apoyo se sintió de principio a fin.
Una muestra fue la de Alejandro Rivera, propietario y chofer de un camión ruta 21 de marzo que, sin conocer a la familia, fue a darles el pésame la noche del domingo. Ayer lunes por la mañana dejó la ruta, dejó el trabajo, dejó el ingreso, para trasladar sin costo al panteón a familiares de Tamara que no tenían en qué movilizarse. Cuando se retiró dijo que él también tenía hijos.
La mamá de Tamara, Marisol, soltó unos globos con leyendas de amor y dejó ir a su hija.
Los de la funeraria le permitieron, por unos pocos segundos, verla por última vez sin intermediarios. Sin el vidrio incrustado en la caja de madera.
Así fue el último adiós de Tamara, la niña de grandes pestañas, la niña que estuvo en el lugar equivocado, en el momento equivocado. La niña a la que le cayó una "bala perdida" disparada por un ser humano aún más perdido que la propia ojiva.

lunes, 27 de julio de 2009

Tamara, adiós al milagro


Los médicos tenían razón.
La "bala perdida" calibre .45 que encontraron dentro del cerebro de Tamara Guadalupe Cázarez Félix, de apenas 7 años, provocó un daño profundo. Irreversible. Le dio muerte cerebral y un corazón paralizado.
La presión de su músculo de bombeo fue disminuyendo poco a poco hasta que se detuvo. Se esfumó la esperanza del milagro.
Entonces apagaron el sistema de respiración artificial. Ya no tenía caso. Soportó 18 lunas sin ver ninguna. Sólo una vez movió sus piernas. Desde el sábado por la noche cerró sus ojos para no volverlos a abrir.
Yo vi a Tamara.
Ahí estaba ella: morena clara, nariz respingada, boca fina, alta para su edad.
A través del pequeño rectángulo de cristal incrustado en la caja de madera, sus pestañas parecían grandes. Grandes como la de una señorita que se prepara para la fiesta de graduación. Grandes como las pestañas que se estiran con cuchara.
Yo vi a Tamara.
Ahí estaba ella. Vestía de blanco. El color de la pureza. El de la inocencia. El de la paz. El de ella.
El mismo color que usó el 7 de julio, el día en que su asesino disparó esa maldita bala que cayó sobre su cabeza y que la mantuvo inconsciente hasta su muerte. Esa maldita bala que le quitó la vida, que no la dejó hacer el último baile de graduación en su primaria de la colonia 21 de Marzo.
Yo vi a Tamara.
Ahí estaba ella. Rodeada de coronas florales, velas, café y galletas. Cerca de familia y amigos con los ojos empequeñecidos y rojos. Con ceños que dicen que entienden pero no comprenden; que aceptan pero no asimilan.
A un costado, en un pequeño cuarto, su madre Marisol Cázarez Félix trata de encontrar tranquilidad tras 18 días de desesperación, de correr por medicinas, de hablar con los médicos, de rezar sin cansancio, de luchar contra el sueño, de esperar el milagro que no llega; de esperar el milagro que nunca llegó.
"Tengo fe en un milagro. Lo que yo no voy a perder es la fe. Es lo que más deseo en el mundo", dijo el 14 de julio.
Fueron 18 días de exprimirse el corazón, de soportar el dolor de estómago, de oler a alcohol, a gasas, a medicinas. De impregnarse de ese olor que sólo lo inyecta el hospital. De ese olor que nunca sana, que nos pone nerviosos, que nos trae recuerdos de enfermedad.
Fueron 18 días de leer su tragedia en la prensa, de apoyarse con sus 15 hermanos, de nutrirse de oraciones, de alimentarse de religiones. Y es que la historia de Tamara acarreó el apoyo de ricos y pobres, de hombres de negocios y vagabundos, de católicos y testigos de Jehová.
Estas oraciones, para su tío Rafael Cázarez Félix, fue lo que mantuvo viva a Tamara por tanto tiempo.
"Yo creo que por eso la niña estuvo aguantando. Le pedimos a Dios en todas las religiones: vinieron adventistas, testigos de Jehová, cristianos, católicos, borrachos, vagabundos. Venían de todos lados, agarramos la vibra de todos", mencionó ayer en la sala A-5 de la funeraria.
Fueron 18 días de, en voz alta, leerle a Tamara las cartas de sus compañeros de salón. De contarle experiencias recientes tratando de hacerla recordar: ¡Que despertara de la pausa!
"Compañeritos de la escuela vinieron, le entregaron cartas, nosotros las leíamos primero y luego se las leíamos a ella. Le decían de lo que jugaban en recreo, que la empujó el niño que le gustaba, cosas de ésas", recordó su tío.
También llegaron cartas escritas a puño y letra de madres que perdieron a su hijo por una enfermedad terminal, por algún cáncer.
"Le entrego esto", le decían algunos al tío Rafael y se iban. Le mandaron muestras de apoyo de Mazatlán, de Durango y hasta de Chihuahua.
Y esa solidaridad ha ayudado a la familia Cázarez a mitigar el dolor. Ese dolor tan fuerte que los mantuvo unidos como un cubo de hielo, ese dolor que no dio para buscar culpables, para exigir justicia.
Y a pesar del sufrimiento, la familia no se encuentra encolerizada, lucen resignados a vivir en un Sinaloa así como está, donde la gente dispara porque quiere y dispara porque puede.
Dispara porque se emborracha, dispara porque festeja, dispara porque tiene una arma y no hay quien se la quite, dispara porque las autoridades se desentienden de la responsabilidad del armamentismo con la palabra "coordinación".
Dispara, dispara, dispara, y dispara todo lo que quiere en Navidad y en Año Nuevo y cuando quiere y porque quiere, y dispara y dispara y vuelve a disparar, y si quiere se sienta, se baña, se toma una cerveza y vuelve a disparar y otra vez y otra vez.
Y en este entendimiento, en esta aceptación de los usos y costumbres del sinaloense, de una autoridad sin autoridad, al tío sólo le queda hacer una recomendación.
"Es muy difícil que la gente reflexione. Se toma la gente una cerveza y se le olvidan las cosas. Es imposible que la gente no tire porque siempre tira, lo que me gustaría es que tiren al suelo, que volteen la pistola al suelo, que volteen el rifle al suelo. Que tiren ahí. Va a tronar igual. En el suelo no le harán daño a nadie. Se van a dar el gusto y van a saber que no le van a dar a nadie".

domingo, 26 de julio de 2009

La amo con Alzheimer


En el mundo hay 20 millones de personas que padecen Alzheimer, 360 mil corresponden a México y 10 mil a Sinaloa, según datos de la Secretaría de Salud del estado.
Poca gente sabe de esta enfermedad, incluso, muchos de los familiares guardan en secreto el padecimiento. Pretextan cualquier cosa. En realidad les da vergüenza que se sepa que su padre o madre sufren demencia.
El siguiente es el caso de Prisciliano, un señor que no se apena de su esposa y, al contrario, la presume.


"Qué difícil ha sido este tiempo. Han pasado nuevos años desde que te dio esa rara enfermedad.
Recuerdo como si fuera ayer cuando el médico te mandó a hacer los estudios en el Seguro Social. Resultó lo que temía, tenías Alzheimer. Me tocó ver la imagen de tu cerebro completamente blanco; el doctor dijo que las neuronas se te estaban acabando.
El mal lo desconocía totalmente. Empecé a investigar por Internet y me volví un experto. Pedí información a España y a otros países. Así aprendí a cuidarte, a entenderte, a valorarte más, a resignarme. Así aprendí que esta cosa es una enfermedad degenerativa y que, con el paso del tiempo, empeorarías.
Cómo olvidar aquella vez que te llevé a Cancún. Apenas pisamos la arena cuando me preguntaste: ¿Dónde estamos? ¿Por qué me trajiste aquí? Regrésame. Te desesperaste. Te pusiste mal. Te expliqué una y otra vez que estábamos de vacaciones; quería que te calmaras.
No lo logré. Insististe en volver a Culiacán. No sé cómo le hice pero ese mismo día conseguí un vuelo de regreso. Aún desconozco de dónde saqué dinero pero no te podía ver así de desesperada. Me gasté lo que no tenía.
Así fueron nuestras últimas vacaciones.
Mientras te escribo esta carta me tiemblan y sudan las manos. Deseo que quede registrado lo que siento por ti.
Sé que no me reconoces, que para ti soy solamente tu cuidador. Que cuando te beso y te mimo no sabes que soy el mismo que te enamoró mientras estudiábamos en el Instituto Politécnico Nacional; el mismo que te llevó flores, chocolates y cartas de amor; el mismo que te pidió que me acompañaras a vivir en Culiacán y dejaras la Ciudad de México. Suena cursi, pero qué voy a hacer, así soy y lo sabes. ¿O lo sabías? Así es tu Prisci; tu Prisciliano Higuera López.
Soy ese cuidador que te baña, que te lleva a que hagas del uno y del dos, que te da de comer si necesitas, que te cambia de vestido y te extiende una cobija en las noches.
Y a pesar de todo esto, de tantos problemas, de tanto dolor, de tantos gastos y desaires, ¿sabes algo? Yo te amo. Te-a-mo. TE AMO con mayúsculas. Te amo con mis arrugas y mi flacidez. Te amo con mis 84 años a cuestas.
Para algunos es sorprendente; para mí es normal. Hasta nos comparan con la película Diario de una pasión. Te he de confesar que no la he visto, pero la buscaré en el videoclub.
La veré cuando volvamos del mar.
La última vez que fuimos te veías tan bonita. Poco a poco perdiste peso; ahora tienes figura de señorita. Ni quién creyera que tenemos cuatro hijos. A veces ni me la creo que ando contigo.
Me encanta verte chapotear, ponerte tu traje de baño y reclinar una silla para que disfrutemos juntos el atardecer.
Oye, suena el teléfono, luego termino la carta. Te quiero mucho.
Ya han pasado tres días desde que inicié este escrito y aún no lo termino. No sé, siento feo acabar la carta. Son tantas cosas que hemos pasado juntos. ¿Recuerdas que te dije que vería la película? Ya la vi y me encantó.
Resulta que en la cinta, un señor más o menos de mi edad le lee todos los días un diario a su esposa y con éste ella recuerda, aunque sea por unos momentos, que él es su marido. Ella, como tú, padece de Alzheimer.
No sabes cuánto me gustaría que esta carta funcionara como la de la película. Que aunque sea por unos minutos, incluso segundos, me reconocieras.
Es una fantasía, lo sé. Pero en verdad me gustaría.
Lo que no es ilusión es lo que siento por ti. Este amor incondicional que te quiere, que te cuida.
Lo que tampoco es una ilusión es tu padecimiento. Dicen que no tiene cura pero yo la encontré: Se llama amor".

domingo, 19 de julio de 2009

:!

Un sí a la Ética, un no a la Moral.

miércoles, 15 de julio de 2009

'Que en su conciencia quede'

Cada historia que escribo la cargo conmigo. Va en mi mochila. Sobre mi espalda.

Tomó su pistola, jaló el gatillo y disparó. Por festejo, por coraje: qué importa ya.
La bala apenas iniciaba su vuelo, cuando Tamara Guadalupe Cázares Félix salió de su casa: se asomó vestida de blanco desde la puerta de su hogar, lo hizo para ver si había comenzado el festival de fin de cursos en su escuela, en la colonia 21 de Marzo.
La ojiva voló a la velocidad necesaria para alcanzarla. Algunos le llaman "bala perdida" pero, de perdida no tiene nada. Los médicos del Hospital Pediátrico la encontraron depositada en el cerebro de la niña. En la región parietal, del lado derecho.
Desde el sábado, esa bala encontrada le causó muerte cerebral: mantienen el cuerpo vivo, respirando de forma artificial. El cerebro ya no da órdenes al cuerpo, no envía mensajes eléctricos.
El cerebro ya no le dice a los pies que bailen, a los ojos que miren, a las manos que abracen.
Su corazón late, pero Tamara, afirma Gilberto Verdugo Valenzuela, Director Médico Vespertino del Hospital Pediátrico de Sinaloa, no volverá a tener actividad pensante ni motriz. La única opción que pueda "revivir" el cerebro, es que los estudios sean erróneos y, en realidad, no exista muerte cerebral.
Ahora, según la información médica, sólo resta esperar que llegue el final.
"El estado de salud de ella es crítico, muy grave. Ella está con vida aún pero está bajo respiración artificial. Tiene un daño cerebral intenso que le ha ocasionado muerte cerebral", declara, "esto no puede durar mucho tiempo".
Si la niña de 7 años, recién egresada de primer grado de primaria, se hubiera tardado un segundo, la historia fuera otra. Tal vez amarrarse los cordones, ir al refrigerador por un yogurt, darse una última peinada en el espejo antes de salir a bailar en el festejo de fin de ciclo escolar. Si hubiera.
Si el individuo no hubiera disparado, otra historia se habría escrito: la mamá, Marisol Cázarez Félix, no permanecería en vela una semana con los nervios destrozados, con el corazón estrujado, con la felicidad extraviada. Tamara se hubiera podido ir de vacaciones con su tío y figura paterna, Rafael Cázarez Félix, como lo hacían en cada descanso escolar. Si hubiera.
"Tamara es muy seria, platica muy poco, igual que su mamá. Ella y yo nunca hicimos conversación, tampoco con mis hermanos", relata el tío, "en vacaciones me la llevo al mar, al río, al rancho. Cuando íbamos en el carro yo le decía en broma: 'Ah Tamara, no dejas ni platicar', y ella se agachaba y reía".
Pero esta persona que decidió jalar el gatillo mató a los "hubieras".
Esta persona decidió el futuro de la niña, de la madre, de la abuela, y de los 15 tíos, entre hermanos y medios hermanos.
Decidió así: por sus pistolas.
Esta persona es habitante del Culiacán violento, de ese que está armado hasta los dientes, de ese que parece esperar una guerra civil; otra revolución.
Esta persona es un habitante como cientos de ciudadanos en el municipio que están listos para jalar el gatillo en momentos de violencia o de festejo. Sedientos por tirar al aire sin importar en quién entre la bala. Hambrientos por oler esa pólvora. Por escuchar ese tronar que genera un agudo en el tímpano y un golpe en el pecho.
Esta persona es un habitante de Culiacán que ahora le resta oportunidades de vida a una niña que quería bailar, que tiene una hermana llamada María José de 3 años, que tiene una madre que la espera y que no pierde la fe.
"Tengo fe en un milagro. Lo que yo no voy a perder es la fe. Es lo que más deseo en el mundo", menciona la madre Marisol Cázarez Félix. Lo hace lento, pausado, desde uno de los pasillos del Hospital Pediátrico.
Luce fatigada, cansada, deshecha. No podría estar de otra manera. Se le ven los ojos hinchados. No permite que se grabe su voz, tampoco que le tomen fotografías ni video.
Ella no ha salido del Hospital Pediátrico. No deja a Tamara ni de día ni de noche. No duerme. No descansa. No, no, no. No deja que su hija se vaya.
Una de sus vecinas dijo que desde el martes de la tragedia, el martes 7 de julio, la señora no vuelve a su vivienda.
Sobre el individuo que disparó dice poco. En lo único que está enfocada es en que ocurra el milagro.
"Yo no sé quién fue, pero él sí sabe que fue él. Que en su conciencia quede: no me va a venir a decir que él fue", expresa con voz baja, tibia, resignada.
Al parecer, tampoco la autoridad le dirá quién fue ni evitará que vuelva a suceder.
El subprocurador de Justicia, Rolando Bon López, ya dijo que es un caso "difícil" de resolver; el Alcalde, Jesús Vizcarra comentó que no es responsabilidad de la policía municipal desarmar a la población; y el Gobernador Jesús Aguilar se defendió al decir que se está trabajando contra el armamentismo.
Y el Gobierno le deja todo el trabajo de desarme de la población a una jornada de donación voluntaria de armas de fuego.
Marisol sabe que lo que pasó con su hija, con ella misma, con su familia, le puede pasar a cualquiera. Sólo es cuestión de azar, de estar en el lugar equivocado, a la hora equivocada.
"Me tocó a mí y así le pudo tocar a cualquiera. Mi hija tan sana, tan buena y con la ilusión de bailar en la escuela, y nada más por disparar", lamenta.
Y esa persona, esa que es tirador, que festejó o se enojó, que causó la muerte cerebral de Tamara, que mantiene ahogada en lágrimas a la familia completa, sigue libre, armada, con posibilidad de disparar de nuevo, sin que alguien la delate, sin que la autoridad la toque, sin que la justicia la alcance.

jueves, 9 de julio de 2009

Cambió las armas por sonrisas



Este policía dejó las balas y las pistolas por el papel y el engrudo. Decidió atrapar sonrisas, amordazar corajes y disparar emociones.
"No creían que lo iba a hacer porque era policía", menciona.
Este policía cambió las detenciones forzadas por las sonrisas espontáneas: esas que salen sin querer queriendo. Decidió liberar conciencias, encerrar miedos y ayudar a que los niños se autoprotejan. Que se cuiden de las malas influencias, de las vagos hostigadores de niñas y niños, de las drogas disfrazadas de dulces.
Cuando Jorge Zavala Cárdenas entró a la Policía Municipal de Culiacán, lo más parecido a un muñeco que imaginaba en su mano era un asaltante cogido del cabello. Un cholo o un delincuente.
Él se veía de patrulla en patrulla, de balacera en balacera, de operativo en operativo. No contaba con que la banda de los guiñoles, esos muñecos que, como dice él, traen magia en su interior, lo atraparían para sentenciarlo a cadena perpetua. Siempre en la misma celda, junto a ellos, en el mismo baúl. Apachurrados todos.
Jorge, con 38 años, no sabía que su vocación era el teatro guiñol. Creo que aún no lo sabe. En el momento en que me dijo que no quiere dejarlo nunca, no dudé en ver en él la necesidad.

Muñecos con poder
Es cuestión de ver el efecto que causa en los niños. En el desarrollo la obra, un "puchador" se le acerca a un niño para regalarle droga, entonces los infantes del público, brincan, reclaman y gritan: "¡cuidadooo, es malo, cooorre!". Se paran de sus asientos y hasta le quieren pegar al puchador. "¡No te dejes, pégaleee!", dicen exaltados.
Y fue en el lugar más rudo, en el más agresivo, en el que a veces se mata, en la Policía Municipal, donde se volvió más sensible. Fue ahí donde desarrollo su lado más humano y, tal vez, donde más beneficio ha dado a la sociedad, a las nuevas generaciones.

Esta es su historia.
Meses después de haber llegado a la corporación, Jorge fue asignado al departamento de Prevención del Delito. Su trabajo era, y lo sigue haciendo, acompañar a las empleadas de Trabajo Social a colonias para garantizarles seguridad y orden cuando solucionan problemas vecinales y faltas al Bando de Policía y Buen Gobierno.
Empezó a interesarse en los guiñoles cuando la Comisión Estatal de Derechos Humanos invitó a la corporación a formar equipos de teatro guiñol para educar a alumnos de educación básica sobre temas de derechos infantiles y autocuidado, hace 4 años.
Al principio, el curso era sólo para las muchachas de Trabajo Social, pero a él le llamaron la atención los monos de engrudo y papel periódico desde que metió su mano en uno de éstos.
Entonces todo cambió. Sintió el poder del convencimiento en sus manos. Y en verdad es el poder de la persuasión porque, según me dijo al terminar la obra, "si hubiera querido que los niños te pegaran, nomás les hubiera dicho con el muñeco que eres malo, y todos se te hubieran aventado. Esto tiene un poder increíble".
Los guiñoles era conocimiento nuevo para él. Recuerda haber presenciado sólo una vez en su vida una obra de éstas y fue la de Caperucita Roja, en la primaria.
"Los compañeros se burlan a veces de uno, que porque no tenemos experiencia, pero en buena onda", declara.
El "guiñolero aficionado", como se autodefine, solicitó entonces que le dieran la oportunidad de trabajar en esto y, ahora, es el líder del teatro guiñol infantil de la policía: escribe obras, hace tres personajes distintos, conduce la patrulla, carga y arma el teatro guiñol portátil, monta el escenario dos veces al día.
Se hace así, dos veces al día, porque ese es el número de escuelas que visitan diario, de lunes a viernes, durante todo el ciclo escolar. Para este periodo se le exigió la visita de 200 planteles. El programa forma parte del la iniciativa Escuela Segura.
La última función la realizaron el jueves anterior en el jardín de niños Jean Piaget, en la colonia Villa Universidad.
Ese día, Jorge no fue el policía rudo que somete al delincuente. Ese día Jorge brincó dentro del escenario, cambió su voz en dos ocasiones, gritó desde el público mientras sus compañeras escenificaban a otros personajes y, al final, emitió un mensaje con los niños y les aclaró sus dudas sobre sus derechos infantiles, el autocuidado. Les pidió no tenerle miedo a los policías, sino confianza.
Y le da risa a él y a sus compañeras Gisela Martínez, Gladys Núñez y Patricia Cervantes, cuando comentan que hay muchos jefes de la municipal que ni siquiera saben que ellos existen, no les interesa; y le da risa cuando recuerda que Fernando Mejía, un reconocido guiñolero de la UAS, les hizo una crítica positiva.
Y le da risa cuando dice que un grupo de Italia llamado Brujería de Papel, escribió en su sitio web a favor de ellos, mientras que en su ciudad, Culiacán, nadie les hace caso; y le da risa ver que su trabajo da risa; que un policía da risa. Y no le ve lo malo.

sábado, 4 de julio de 2009

Los fortachones de la municipal



Difícilmente sus cuerpos provocarían la envidia del mítico Charles Atlas; del siete veces Mr. Olympia, Arnold Schwarzenegger; ni del regional Mr. Kayn. Pero tal vez su alimentación sí.
Los agentes más fuertes de la Policía Municipal de Culiacán desayunan, comen y cenan tacos de carne asada, buche, tripa, panza, ojo, tamales de camarón, huevo con verdura y demás comidas callejeras y caseras que se les atraviesan por la mirada.
No necesitan dieta especial ni suplementos alimenticios para desarrollar y sostener su fortaleza. Son los seis agentes de Eldorado, sindicatura de Culiacán, que ganaron los lugares 1 y 2 en la competencia El policía más fuerte, una de las justas organizadas por la Secretaría de Seguridad Pública local para festejar el Día del agente municipal, establecido para el 15 de junio.
El tercer sitio lo obtuvo su histórico rival deportivo: la sindicatura de Costa Rica.
"Ellos pelearon el último lugar y lo ganaron", mencionó uno de los policías, mientras los otros asentaban con la cabeza y reían.
El más fuerte de todos es Gregorio Torres. Sus compañeros lo reconocen. Fue el capitán de su equipo. No tiene alto grado policial pero se le cuadran. Es gordo, alto, moreno y de puños anchos.
"El año antepasado ganamos el jalón de la cuerda, fueron como dos años consecutivos. Me hubiera gustado que me hubieran entrevistado. Entonces estaba en Quilá", recordó.
Goyo sí entrenó para la competencia aunque él no lo supiera. Ni siquiera lo imaginaba. Fue algo involuntario. Hasta lo maldijo. Se quejó y ansió con todas sus fuerzas, que son muchas, no volver a hacer ese entrenamiento al que estuvo obligado año y medio.
El ejercicio consistía en empujar una camioneta, su camioneta, una Nissan de modelo antiguo, lo más rápido que le permitieran sus piernas. Era la única manera de echarla a andar.
Y es que si no la empujaba por la parte de atrás, corría al asiento del piloto, aplastaba el clutch, metía el cambio en primera o segunda, sacaba el clutch y presionaba el acelerador al mismo tiempo, el motor no arrancaba.
Se vio obligado a hacerlo durante 18 meses hace ya algunos años. Ahora ha perdido un poco de condición porque maneja un vehículo de modelo más reciente.
"Ya traigo un carro más bueno, pero no crea que muy bueno muy bueno", dijo.
Su entrenamiento fue ideal para la competencia. La justa consistió en jalar una camioneta Silverado con una cuerda en equipos de tres personas lo más rápido posible. Marcaron 18 segundos. La distancia fue de 75 metros. Medida de la cancha de futbol del centro deportivo de la secretaría. Más tarde hicieron lo mismo con un Tsuru y una cuatrimoto. Marcaron 17 y 21 segundos, respectivamente.
El Comandante de Eldorado, Miguel Herrera, capitán del equipo ganador del segundo lugar, mencionó que, a pesar de la abundancia de grupos integrados en Culiacán, cinco de nueve, éstos obtuvieron malos resultados por sus deficiencias para trabajar en equipo. No por carencia de policías fortachones.
Los equipos integrados por tres elementos ganaron en conjunto 5 mil pesos: 2 mil 500 para el primero, mil 500 para el segundo y mil para el tercero.
Los agentes declararon que el dinero se lo gastarán el Día del Policía Municipal en una carne asada y cerveza helada.

viernes, 3 de julio de 2009

'Mamá, no dejes que me muera'



La madre y el tío de Brennie no escucharon el disparo.

Una tía les avisó y así, descalza como andaba, su mamá salió corriendo a buscarla.

La encontró tirada en un callejón de terracería, a una cuadra de su casa. Contaba con sólo 12 años y ya tenía un balazo en la espalda que le dio un presunto ladrón para quitarle 100 pesos.

Fue el domingo pasado. Brennie, con trabajo pudo hablar. Con las pocas fuerzas que tenía reconoció a su madre y le dijo: "Mamá, no dejes que me muera".

Su tío, quien prefirió se omitiera su identidad, dijo al final de la entrevista: "Esa bala nos atravesó a varios". Ese tío la quiso tanto como la madre. Así lo dijo la propia señora.

Ese tío fue quien la tomó en sus brazos, la levantó del suelo. De ese suelo caliente que se siente a las tres de la tarde en Culiacán. De ese suelo que quema y ampolla las plantas de los pies. De ese suelo donde se encontraba tirada Brennie, la niña que ganó el primer lugar de zona en la Olimpiada del Conocimiento. La niña que no fue mencionada por el Gobierno en la entrega de certificaciones de inglés el miércoles pasado, a pesar de que sería una de las galardonadas. Y es que para el Gobierno ya estaba como estaba: muerta.

Ese tío fue quien le decía palabras desesperadas para que reaccionara mientras la trasladaba en el carro. Para que no se le fuera y aguantara viva mientras llegaba a urgencias del ISSSTE.

Ese tío fue quien en 3 minutos tenía la medicina que pedía el doctor.

Ese tío fue quien consiguió donadores de sangre al por mayor. Quien juntó un banco de sangre en 24 horas. Quien explotó de coraje cuando le dijeron que la SEPyC amenazó a maestros para que no marcharan ayer a favor de su sobrina. Quien no se espera. Quien se revela.

Ese tío fue quien no durmió. Quien desesperado vio cómo se le iba la vida a su vida. Quien presenció cómo operaron dos veces a su sobrina y la tercera no soportó. Quien entendió que se hizo todo lo que se podía hacer y un poco más: se trajeron médicos de otros municipios, trabajaron rápido, se dispuso de cuanto medio se podía en el hospital.
Pero la niña había perdido mucha sangre. No se logró mantenerla viva.

Brennie aguantó, luchó y esperó esas 24 horas. La familia soportó cada uno de esos minutos que parecían horas; de esas horas que parecían días; de ese día que parecía un año.

Y les da coraje cuando en los periódicos escribimos mal su nombre. El nombre de la niña con nacionalidad estadounidense y mexicana: "¡No es Brendye es Brennie. Brennie Felician Medina!" Y es lo último que les queda: su nombre, su recuerdo, sus fotografías, sus diplomas, su amor.

Y parece increíble. En lo que fue a parar la compra de un refresco en la tienda en esta ciudad. En un asesinato. Su madre la mandó a comprar comida a la esquina y, mientras la servían, se dirigió a la tienda a comprar la soda.
Y atravesó ese callejón de la colonia 5 de Mayo. Ese callejón de tierra. Ese callejón que en su esquina tiene una casa tomada por viciosos, que en su interior hay focos quemados, colchones, encendedores, botellas de licor, pantalones sucios, excremento regado y embarrado en el piso y paredes.

Ese callejón donde la muerte la atrapó.

"Deben de tumbar ese lugar, es un nido de malvivientes", menciona Guadalupe, la dueña de la tiendita a la que Brennie nunca llegó. Doña Lupita, como muchos vecinos, dice que no escuchó el balazo. Que la televisión no los dejó oír el disparo a pesar que sucedió a menos de 100 metros.

En la familia Medina hay una niña que conocía muy bien a Brennie. Su prima Alejandra la conocía tan bien, que sabía que Brennie quería tener muchos hijos. No quería ser hija única como lo fue ella.

Deseaba una fiesta de 15 años perfecta. El 27 de mayo de 2012 sería su próxima fiesta. Así se había decidido en la familia. Antes ninguna.

"Era muy buena, inteligente, respetuosa, alta, bonita, simpática, amorosa", describe la prima de 11 años, Alejandra, apenas un año menor.

Su prima también sabía que le gustaba jugar a "la choya", a "los atrapados" y a los "bombazos".

"Yo veo esto muy mal. Para mí es un abuso. Ya ni me dejan salir a la calle", menciona.

La madre de Brennie, quien nombró a su hija igual que ella, recuerda con ternura lo comentarios de los sobrinos.

"Un sobrinito vino y me dijo 'tía, no se preocupe, ya escribí una carta a Santa Clos para que le traiga a Brennie otra vez'. Otros sobrinos se la llevan planeando las formas en la que la van a hacer volver".

Y aunque eso desea con todo el corazón, Brennie, la madre, sabe que no sucederá. Lo único que le queda es que atrapen al ladrón y asesino. Y para eso están dispuestos a hablar con la prensa, con el Procurador, a hacer marchas, cualquier cosa.

"No le deseo mal. A mi hija ya no me la pueden devolver. Quiero que lo agarren para que ya no haga más daño", afirma.