lunes, 23 de marzo de 2009

¡Sin tanta canela que en la plazuela ya hay mucha!

A más de mil metros sobre el nivel del mar caía ceniza. Era una lluvia de papelitos negros que se detenían a placer. Imprudentes se colocaban en la calle o en las cabezas de los caminantes. ¿Qué pudo haberlo generado: un bosque incinerándose; un campo de concentración nazi que producía jabón; una casa en llamas; una panadería de hornillas?
Y se me pegaron un par en la cara y en el pelo. Uno más cayó en un ojo. Oiga, ¿y estas cenizas de dónde salen?, de allá arriba, de la otra cuadra. Caminé aprisa entre la neblina pero el olfato se me adelantaba como se le adelantaba a Ana Guevara en las carreras de los 400 metros planos. Entonces cambié de versión. Mi sentido no me mentía, ¡gracias a Dios no me mentía!: era una tostadora de café veracruzano. Pedí un capuchino. ¿Con leche lai?¡Qué pasó, me ofende!¡Claro que no! Un señor que ya araña el promedio máximo de edad del mexicano lo preparó. Lento y con amor. Vertió vainilla y canela. La canela la esparció despacio, con cuidado porque sabía que si se excedía me haría estornudar. ¡Ahhh qué sorbo tan sabroso!
Hacía ese frío típico de montaña. Con el sol dormido que permite caminar por horas; que deja fría la sangre; que no calienta los cofres de los vehículos.
En la plazuela se hacía lo único posible: plazuelear. Como en los días nublados; como cuando tuestan café; como cuando sale el sol; como cuando hay que dejar la casa para no estar dentro. Me fue difícil decir no a los plátanos enmelados; a los cafés frescos; a los elotes con limón chupado crema barata y queso; a las nieves de ciruela. No me importó que algunos vendedores no fueran eso, sino simples pobladores... de esos a los que se les ruega para que vendan un quequi.
No sé de dónde venían estos jarochos gritones pero me sedujeron. Canijos. Tal vez de Jalapa, estaba a sólo ocho kilómetros. Tal vez eran de ahí de Coatepec. Aunque era lo que menos importaba. Una media luna de ojos y oídos tiraba monedas enseñando los dientes y haciendo brillar sus mejillas.
Extasiados no paraban de tocar. Tanto que me fui de la plaza y seguían moviendo las muñecas como si intentaran quitarse un chicle de entre los dedos.
“Una caña platicaba: de qué sirve lo endulzada si nunca seré feliz, mañana seré quemada y arrancada de raíz; voy a poner en vitrina todo lo bueno que tengo, a ver si encuentro una china que mire si le convengo, que me haga mi gelatina pa’ que me quite lo ñengo”.
Dos mujeres dos hombres gritaban con el corazón. Entonces supe que eso era posible por sólo unas monedas. Tres charangos y una quijada de ato. Los dientes de ese animal nunca habían sonado tan bien, ni en su época de juventud; ni con sus dientes de leche.
Como guardián un turista que viajaba sin moverse. Ni se inmutaba. Sentado en una banca. No sé si se dio cuenta que había un grupo a su lado. Creo que sí porque parecía que el son lo arrullaba.
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viernes, 13 de marzo de 2009

La belleza de lo desconocido

En la calle. En la Zona Rosa de la Ciudad de México. Sin miedos. Sin vanidad campeante. Sin amplificadores ni micrófonos. Se acerca la gente. ¿Quienes son? Son músicos. Dales dinero. No traigo. Algunos avientan monedas pero son los menos. De fondo el Starbucks. De ganancia lo que guste cooperar. De techo, el gris del DF. Son desconocidos sin intención de dejar de serlo.
Su música lo dice todo. Su personalidad lo dice todo. Su deseo de expresión lo dice todo.">

miércoles, 11 de marzo de 2009

Nietzsche, reflexión mentirosa

Cuando la verdad nos incomoda, dudamos. Cuando la mentira nos disgusta
también dudamos. Cuando la verdad y la mentira son agradables les
creemos y les queremos creer.
Todos queremos creer que nos quieren aunque no sea cierto. Todos
queremos creer que somos sanos aunque estemos enfermos.
Nos es más fácil entender y confiar que somos buenos para algo, a
pesar de que seamos torpes.
La verdad y la mentira en un sentido extramoral, como nos lo hace
reflexionar Friedrich Nietzsche, es mera subjetividad. Creo que es
algo parecido a la belleza. Cuando dos hombres ven a una mujer, a uno
le puede parecer enana y al otro de justa medida; a uno se le puede
hacer seria y al otro aburrida; uno puede pesar que tiene bonito pelo
y el otro que es una güera oxigenada; a uno le puede parecer llenita y
al otro gorda; uno puede comentar que es liberal y el otro que es una
fácil: ¿Quién de los dos dice la verdad?,¿quién de los dos dice la
mentira?
Para algunos el ex Presidente Vicente Fox fue una vergüenza nacional y
para otros un orgullo de cambio. Para muchos la Revolución Mexicana
fue una lucha patriota y para otros una rebelión de malvivientes. Un
mito.
Entonces, ¿quién está equivocado al margen de nuestras limitaciones morales?
La mentira es necesaria para que el hombre pueda sobrevivir.
¿A caso es reprobable decirle a un moribundo que siga luchando por su
vida, que se puede salvar, a pesar de que tiene sólo el 1 por ciento
de esperanza de seguir vivo? Decirles que se puede salvar podría
creerse mentira por tan pequeña posibilidad; decirle lo contrario
sería irle midiendo el ataúd.
Todos necesitamos de la mentira.
El mundo sería demasiado amargo si conociéramos la verdad de todo.
Sólo hay que imaginar qué pasaría con el pueblo mexicano si el
Presidente Felipe Calderón nos dice que, comparados con Francia, somos
unos burros incultos. O que, SI FUESE EL CASO, nos dijera que
efectivamente llegó a la presidencia por un fraude electoral. O que la
educación mexicana es mala porque así lo decidió el Gobierno por
mantener un sistema de control político.
Esta es información demasiado negativa para un pueblo que necesita
esperanza. Y la mentira, en la mayoría de los casos, eso es lo que nos
da. Esperanza. Es prudente reconocer que también se dicen mentiras
para dañar a los individuos, pero creo que son las menos.
El ser humano se cree el centro del universo. Se cree un sol al que le
rodean planteas y estrellas. Pero eso no es necesariamente verdad, aún
así, y aunque la mayoría de los humanos lo sabemos, estamos
conscientes de que somos tan débiles como una planta, un león y un
gusano, preferimos asumir como verdad una mentira: que somos lo más
importante del universo y que somos especiales. Esa mentira se
convierte en verdad porque así lo creemos y lo decidimos. La verdad,
en verdad, es una mentira y la mentira es una verdad. Son la misma
cosa. Cada quien coloca el hecho y objeto a la derecha o la izquierda,
cada quien puede tomar esa decisión y la toma. ¿Quién nos asegura que
el sueño no es la realidad y que la realidad no es un sueño?