lunes, 1 de marzo de 2010

MIGRANTES: EL COSTO DE LA LETRA


Las siguientes son un par de historias de hijas de jornaleros agrícolas que se rebelaron; que se negaron a seguir los pasos de sus padres; que decidieron hacer un esfuerzo mayor y abandonar los campos para abrazar las aulas.

De jornalera a abogada
Se divisa desde lejos. Es una camioneta.
El rechinar de sus amortiguadores combina con la picadura de su carrocería. Llantas boludas que retan las piedras del camino de terracería. Lucía estira el brazo.
Refugiada en una sombra aguarda a que pare la marcha.
Desconoce a quien se enfrenta: un buen hombre, un padre de familia, un estudiante.
Lucía Bautista Vázquez necesita cumplir su tarea: dar clase en Molo Viejo, una comunidad de Tepuche, sindicatura rural de Culiacán. Es maestra del Consejo Nacional de Fomento Educativo, Conafe. Una joven morena, delgada, con jeans y blusa al cuerpo.
Ser profesora de primaria fue su alternativa para sortear los costos de sus estudios.
"Es como en todo, hay gente que sí se pasa, que es muy abusiva. Igual si uno no se dirige y los respeta no pasa casi nada, pero sí llegó un momento en que había gente que te acosaba más que nada. Y le comenté a mi capacitadora y me puso a un compañero que me llevaba y traía; pero ellos también tienen 'quehacer'. Cuando vas en raite te intimidan. Yo eso sentía. Llegó un momento en que... era un señor ya mayor que quería llevarme a los ranchos y yo iba a una comunidad nada más, pero como todo, tiene que pasar y pasó el año y tuve que dejar las clases. La gente de la comunidad quería que me quedara un año más en Molo Viejo, hasta que los niños salieran de la secundaria. No fue así".
Cursa el quinto año de la carrera de Derecho en la Universidad Autónoma de Sinaloa. 23 años. Apenas 8 de promedio. Dice que el trabajo no la deja mejorarlo.
Ella no fue de las que marcó el celular y dijo 'papi ven por mí'; no fue de las que en sus 15 eligieron fiesta, carro o viaje; fue de las que crecieron rápido. Ese es el efecto que producen las jornadas de ocho horas en el surco de tomate; ese el efecto de ser una niña jornalera; de convertirseen madre de sus cinco hermanos por decreto. Por ausencia de sus padres. Es la condena de ser la mayor.
De lo que ganó como jornalera nunca supo. Cuando el sol despertaba colocaba un sombrero en su pequeña cabeza, lo acompañaba de una pañoleta y blusa manga larga. Cogía un balde y a llenarlo de tomates.
Acompañó a sus papás dos temporadas. Dos años viajó de su natal Oaxaca a Sinaloa para trabajar en el surco; para quemarse con el sol y magullarse las manos de niña que al tiempo se convirtieron en piel de mujer.
"Empecé a trabajar como a los 6 años, 7, 8. Estuvimos en las hortalizas donde se ocupaban niños. Mis papás aprovecharon para acomodarme y sí me puse a trabajar un tiempo aquí en Sinaloa: en Alamitos, el Campo 17, Las Palmas, entre otros campos en los que estuvieron mis papás en temporadas de hortalizas".
"Mis papás se encargaban de recibir el sueldo. Yo no. Trabajaba la jornada de las ocho horas... la verdad sí se te hacía pesado trabajar en el campo pero con el tiempo te acostumbras. Te acostumbrabas al sol y al trabajo".
Y se acostumbró, pero no se resignó. El surco no era vida para ella. Si así fuera aún estuviera ahí. Cuando terminó la secundaria salió de casa. De Oaxaca. Sinaloa, su destino. El mismo lugar que la vio trabajar de jornalera ahora la tendría dentro de sus aulas. Le tomaría asistencia... ¡Presente!
Entró a la preparatoria Central Diurna de la UAS. Su día se dividía en dos: estudiar y trabajar. Cuidaba a una anciana. Lo hizo durante toda la preparatoria. Cien pesos diarios de lunes a domingo. Después trabajó en Conafe. Esta institución le otorgó una beca de 900 pesos al mes y con eso se mantiene hoy día mientras estudia el último año de la carrera y realiza su servicio social.
Migrante por convicción, Lucía dejó la Mixteca. Abandonó San Miguel del Progreso, localidad del municipio de Tlaxiaco, Oaxaca, en busca de estudios. De progreso, precisamente. Un lugar de 16 mil habitantes. A 2 mil 40 metros sobre el nivel del mar. Con tierras erosionadas, pequeños valles y pronunciadas cañadas. Tierra de sierra, indígenas, pobreza y marginación.
La muñeca que nunca llegó
■ ¿Por qué estudiar?
Lo que pasa es que en casa no hemos sido... hemos vivido maltrato familiar. Violencia intrafamiliar. Por eso decidí salir de mi casa después de la secundaria y fue por eso... bajo esos problemas salí huyendo con el pretexto de estudiar y llegué aquí, y sí me puse a estudiar.
■ Debió ser difícil.
Sí, sicológicamente te daña muchísimo. No tanto los golpes, pero sicológicamente sí. Yo he crecido con eso.
■ ¿Golpes o palabras?
Las dos cosas. Fueron combinadas más que nada. Cuando uno está niña y no puede ser feliz como son otras familias, que cuando los ves, los ves unidos;
yo no sé por qué yo fui criada así, que no pude ser igual que todos los demás. Veía otras familias que sí eran felices con los hijos, excepto mi familia porque se la pasaba trabajando, a veces no estaban pendientes como para ser responsables de los hijos.
■¿Todavía les tienes rencor a tus padres?
Pues, eh, algo. Porque no es fácil
olvidar de que no te dejaron ser niña cuando eras chica. Dejar ser como todos los niños que podían jugar, tener juguetes, divertirte como niña. Yo sentí que muy pronto maduré y tuve que hacerme responsable de todos mis hermanos porque era la mayor.
Y eso es lo que a veces sí cargas, de que por qué no pudiste ser como los demás. Nunca tuvela oportunidad, la mera verdad. Por eso ahora que veo a los niños del campo me reflejo en ellos, porque quise tener una muñeca, aunque sea seminueva pero nunca pasó eso. Y me reflejo yo misma. Eran navidades sin regalos. Se supone que mis padres trabajaban en Sinaloa para mandar dinero, pero nunca supe de ese dinero. Nunca supe de regalos.
EL ACTIVISMO
Lucía forma parte de la Asociación Civil Profesionistas Indígenas del Noroeste. Ella, junto con cerca de una decenas de profesionistas de estados del sur como Oaxaca, brindan asesoría jurídica, sicológica, de cómputo, entre otras disciplinas del conocimiento a jornaleros migrantes. Su movimiento se realiza con recursos propios. En diciembre realizaron una colecta de juguetes para niños de jornaleros.



La sombra del esfuerzo
No usa maquillaje. Le cae mal a su piel. Tampoco trae aretes. Ríe en cada pausa.
Al final de la entrevista y frente a una cámara de video, le pediré que salude a sus padres porque la podrán ver en noroeste.com. Lo hará en su lengua madre: Mixteco-Medio. Cuando concluya el mensaje soltará la risa más grande de la charla y dirá que le hace bien hablar en su lengua.
A pesar del brillo en sus mejillas morenas y regordetas, Julia Ortiz Martínez no las ha tenido todas consigo. Para estudiar Psicología en Sinaloa dejó su pueblo natal, San Pedro Yososcua, Mixtepec, cerca de Tlaxiaco, en la mixteca oaxaqueña.
Ha vivido en casas de estudiantes, ha trabajado de afanadora, de maestra en comunidades rurales y ha sido acompañante de un niño con características diferentes.
Al llegar al cuarto año de la carrera encontró un empleo como "maestra sombra" de un menor autista de 11 años. Durante más de un semestre se vio obligada a acompañarlo a todas las clases. De 8:00 a 14:00 horas. 700 pesos semanales. Dice que estos menores se caracterizan por tener la vista desviada y mover constantemente las manos... había que trabajar para poder mantener los gastos de los estudios.
"Si el niño estaba de buen humor sí podía integrarlo a las actividades de educación física, le decía 'haz esto' y los dos hacíamos los ejercicios".
Mientras le ayudaba al menor a su integración en el aula, debía escuchar con atención a la maestra, ver como los niños se peleaban por la niña que les gustaba, escuchar las crónicas épicas infantiles de sus vidas cotidianas o de la caricatura de moda.
Tomar agua en un cono de papel, empuñar un lápiz, usar borrador, esperar la hora del recreo para descansar de la maestra y acudir a la tiendita escolar para decidirse entre una dona, un taco de cochinita, uno de frijoles puercos o conformarse con un refresco con gas.
Ahí en la primaria, la estudiante de 26 años se enteró de datos que nunca le enseñaron cuando era niña, o si lo hicieron ni se acordaba.
Conoció la evolución del hombre. La teoría de Charles Darwin. Sintió curiosidad por saber de la extinción de los Neandertales. También refrescó las reglas de los acentos en las agudas en las graves y las esdrújulas.
Es hija de jornaleros agrícolas. Su padre trabajó en Sinaloa; más tarde en los Estados Unidos.
Su madre en casa.
Ella no laboró en los campos bajo salario como una niña jornalera; lo hacía en las milpas familiares: cortaba hierba y levantaba la siembra. Sembraban maíz, fríjol y calabaza.
Acomodar la milpa es lo que menos le gustaba porque le dolía la espalda y se le corría el cuero de las manos.
Es la número cinco de nueve hermanos. La mayoría migraron a los Estados Unidos. Ella no se animó a irse de "mojada" por desconocimiento del idioma.
Cuatro años atrás, a sus 22, decidió estudiar psicología en la Universidad Autónoma Benito Juárez de Oaxaca. Viajaba en carretera para aplicar el examen de ingreso pero se lo impidió un camino bloqueado. Era un grupo de la APPO, la Asamblea Popular de los Pueblo de Oaxaca el que habían cerrado la rúa como parte de sus manifestaciones en contra del Gobierno estatal de Ulises Ruiz. Fue la señal que Julia necesitaba para que su brújula apuntara a Sinaloa.
"Ya no alcancé a presentar el examen allá. Estaba bloqueada la carretera y ya no pude. Entonces dije: 'si ya se me cerraron las puertas aquí, pues voy para allá'".
Aquí ya tenía amigas migrantes que le ayudarían.
Julia aún no termina la carrera pero ya contempla una maestría. Después de su experiencia en las aulas ha optado por dejar de lado la rama educativa de la psicología para incursionar en la clínica. Le interesa la sexualidad.
Julia es integrante de la Asociación Civil Profesionistas Indígenas del Noroeste.

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